Sí, sí, cruzar la calle. Para una persona adulta parce algo trivial, pero cuando uno llega a Hanoi se convierte en una proeza semejante a escalar una montaña o hacer rafting por el Orinoco. Aquí no hay semáforo que se respete, y el tráfico incesante de motocicletas hace que parezca imposible cruzar.
Después de armarme de valor decido que ya es hora de cruzar la calle, que no se puede vivir encerrado en una manzana. Me aproximo lentamente hacia la acera y me detengo un momento al borde de la calzada, como esperando a que el tráfico se detenga, iluso de mí, como si no supiera ya que esa riada incesante de motocicletas y coches no se va a detener nunca. En un arranque de coraje pongo un pie en la calzada justo delante de una moto que se avalancha sobre mí, me esquiva, dos, tres pasos. En un momento estoy rodeado de motocicletas que zumban alrededor como un enjambre de abejas. Rechinar de dientes, un espasmo de tensión recorre mi espalda, el polvo levantado por las motos me salpica y el punzante humo de los tubos de escape me atraviesa, un sudor frío resbala por mi frente. Yo sigo, poco a poco, mientras las motos rugen a mi alrededor…..ya llegué! Por fin, he cruzado la calle.
Aunque uno no se puede confiar; puede que halla algún espabilado que intente saltarse el atasco circulando por la acera.